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viernes, 13 de febrero de 2015

Un poco de desahogo nunca es malo...

Hoy quiero contarles un poco de lo que me pasó hace unos días ( el martes, para ser más precisos).
Estaba frente a mi colegio, esperando a que lo que había pedido de comer en uno de los establecimientos callejeros terminara de cocinarse, cuando de repente veo a este chico lindísimo de ojos rasgados ver con mucha confusión su entorno mientras consultaba algo con un pequeño libro de color naranja; me preocupé que fuese algún turista perdido o algo así (ya que la zona en donde se encuentra mi colegio no es precisamente la más segura), así que cuando me estaba debatiendo entre preguntarle si necesitaba algo o no, se acercó él a mi.
Empezó hablándome en un espantoso español, he de decir, hasta que de repente lo escuché soltar una palabra en inglés, y comencé a hablarle en aquel idioma. Más aliviado, me dijo que estaba en busca de comida típica o usual (en todo caso) de la región (México es el país del que hablamos, por si no sabían ustedes de qué país hispanohablante soy). Me preguntó qué le recomendaba del lugar donde esperaba mis alimentos, pero a decir verdad, uno aquí ya está acostumbrado a comer cierta clase de cosas con cierta clase de preparación y cierta clase de higiene, en cambio él, no sabía de qué país o región provenía y me daba miedo de que se fuera a enfermar si comía de lo mismo que yo, así que lo dirigí al establecimiento que está a un lado del colegio, donde son más higiénicos, aunque sólo un poco más caros.
Agradecido inclinó la cabeza y cruzó la calle para ir a donde lo había mandado; mientras yo comía mi bocadillo "poco" higiénico me preguntaba una y otra vez qué era lo que hacía en aquel muchacho lindo y de ojos rasgados en un lugar como aquel; así que con determinación y haciendo mi timidez a un lado, acabé con mi comida, le di un sorbo a mi botella con agua y me dirigí hacia donde él se encontraba.

Lo encontré solo aunque había mucha gente alrededor suyo, le pregunté si se encontraba bien, y con una sonrisa (una muy encantadora) me mostró su ficha con el turno número quince marcado y me dijo que estaba bien, que ya había ordenado. Le respondí con la misma sonrisa y le pregunté si necesitaba otra cosa. Sinceramente, yo esperaba que me dijera que estaba bien y que ya no necesitaba nada (no porque yo quisiera que eso pasara, sino porque eso suele pasarme), pero para mi sorpresa, me dijo que estaba medio perdido y que pues casi nadie le entendía, y que si me podía quedar con él un momento, me lo agradecería mucho.
Me dijo que quería algo de beber, así que fuimos al 7 Eleven de junto y (de nuevo: como no sabía qué sabores elegir por estar todas las descripciones en español) me pidió que le recomendara algo. Le señalé una soda que es meramente mexicana y muy rica, abrió el refrigerador y tomó dos (podrá sonar un tanto simple, pero vaya que me pareció muy lindo el hecho de que me hubiera comprado una).
Después nos sentamos en una barda fuera del colegio y comencé a hablar en lo que el comía, le platiqué de algunas cosas interesantes aquí en México, algunos datos curiosos, le señalé en su mapa las zonas de la ciudad que tenía que evitar por su seguridad y demás. Él también me platicó un poco de su vida: para empezar, es japonés y su nombre (voy a cambiarlo para no comprometer sus datos o algo) es Kazu. También me dijo a lo que se dedicaba y lo que había hecho a través de los años. Eso me resultó un tanto curioso, porque me empezó a platicar de tantas cosas que había hecho que se me hacía difícil de creer para un muchacho de su edad. Y aquí viene lo gracioso; cuando lo vi, le calculé unos veintidós o veintitrés años, pero resulta que acababa de cumplir los treinta y uno (como buena fujoshi loca del yaoi, inmediatamente recordé a Kisa Shouta).
Tomó algunas fotos (entre ellas, una "selfie" de nosotros dos), tomé valor y le dije que si no tenía planes para el día siguiente (miércoles), tal vez yo podría llevarlo a conocer el Centro Histórico (importándome un pepino mis clases del día siguiente).
De nuevo, esperaba una negativa de su parte (conociendo la inseguridad ante las propuestas de un desconocido del mexicano promedio), pero en vez de eso, aceptó con mucho gusto mi oferta y yo simplemente me reprimí lo más que pude para ocultar mi emoción al respecto. Me pidió mi número telefónico ya que, en caso de que se perdiera, podría llamarme de un teléfono público y yo le pedí su perfil de Facebook. Le indiqué en dónde nos veríamos, a qué hora y cómo podía llegar desde su hotel y quedó el plan hecho. Lo acompañé en la estación del tren y nos despedimos con la promesa de vernos el día siguiente (aunque en la noche, por Facebook, me mandó un mensaje en el cual, decía que agradecía mucho mi amabilidad).


Quedamos de vernos a la 1 de la tarde, pero yo estaba tan nerviosa y ansiosa, que llegué a las 12:30. Bueno, aunque en realidad eso siempre me pasa, soy muy impuntual en ése sentido, pero prefiero mil veces llegar media hora antes, que un minuto después.
Me dediqué a esperarlo, pero cuando vi que habían dado la 1:12 y no llegaba, me preocupé de que me hubiera dejado plantada, o peor... de que se hubiera perdido. Gracias a que tengo señal de Internet en mi teléfono celular, accedí a mi cuanta de Facebook a ver los mensajes en caso de que me hubiera mandado uno diciéndome que venía tarde o que de plano, no venía. No me equivoqué mucho, decía en un mensaje que salió un poco tarde y que llegaría a la 1:15. Faltando tres minutos, me tranquilicé, pero al ver que ahora era la !:50, empecé a preocuparme de nuevo.
Pasaron pocos minutos cuando lo vi llegar, no entendí muy bien cuál fue la razón de su tardanza (aparte de haber amanecido tarde), si fue el taxi que lo llevó a pasear lejos de donde quería ir o se confundió en las conexiones entre rutas del tren, pero yo estaba feliz de que hubiera llegado. Pasó como media hora disculpándose por haber llegado tarde y me pareció la cosa más tierna del mundo, ya que en México se tiene la costumbre de acordar las reuniones a una hora, y llegar una o dos horas después (no muy buena costumbre).
El día anterior en la noche, vi una postal en mi cuarto que estaba bonita pero yo realmente no la quería para un fin en específico y decidí llevársela; cuando se la di, el sacó de su mochila una pequeña bolsa roja y me la tendió. Reprimiendo mi emoción de nuevo, le agradecí por el regalo y continuamos nuestro camino por una de las calles más importantes de la ciudad; avanzamos tan sólo un poco cuando le pareció ver caras conocidas y se acercó a saludarlos. Me acerqué a aquellas personas también y me explicó que los había conocido el día anterior en su visita a las pirámides de Teotihuacán, los saludé (hablándoles en inglés), me respondieron de igual manera en un tono alegre y tropical, a lo que uno de ellos me preguntó si era local. Al responderle que sí, que soy mexicana, me habló alegremente en un español con tintes de costa diciéndome que ellos eran cubanos. Después de algunas risas, tomamos caminos separados y llevé a Kazu a conocer muchas partes del centro, pasamos mucho tiempo juntos, me llevó a comer, comimos chocolates, fuimos a la Catedral Metropolitana, nos perdimos tratando de encontrar el hostal en donde se iba a quedar y por último, fuimos a la más bonita biblioteca de la ciudad, que también es en parte, museo.
Nos sentamos a leer aquel librito naranja, que eran algunas frases en japonés convertidas al español, pero era español castellano con algunos tecnicismos y frases auténticamente españolas, que aquí en México, no sirven o no se entienden o tienen un significado completamente distinto. Le expliqué aquello también.
Pero más que nada, pasé aquellos momentos aprovechando cada minuto que pasaba, ya que sabía que Kazu partiría con destino a Cuba a la mañana siguiente. Hablamos mucho, se preocupó de que tuviera frío, hubo un momento en donde empezó a llover ligeramente y él sólo se preocupaba porque la lluvia no me mojara... yo se y sentí que nos conectamos de una manera especial... cuando lo despedí, para que él tomara el tren y yo el autobús, lo abracé como nunca había abrazado a nadie en mi vida y le dije que esperaba con ansias el día en que volviera a visitarme. Vi en sus ojos un atisbo de tristeza que quiso ocultar, pero no me dijo nada acerca de ello.
Más entrada la noche, le mandé un mensaje diciéndole que me había encantado pasar el tiempo que habíamos pasado, y le pedí de favor si me podía enviar las fotos que había tomado, ya que las quería guardar y tenerlas para siempre como un hermoso recuerdo.
Me envió las fotos y me dijo que pensaba de la misma manera, que le había encantado conocerme y que nunca conoció a nadie tan amable como yo en ningún otro país.
En la mañana del día siguiente, justo antes de irse, me envió un mensaje, diciéndome que estaba en el aeropuerto esperando su vuelo, le desee buen viaje y que fuera con cuidado.

Podrá sonar tonto o simple o lo que sea, pero dos días me bastaron para enamorarme de Kazu. Hay muchas cosas que no conté, claro, porque hicimos y platicamos tanto, que pues por falta de tiempo no pude explicar más a detalle, pero sólo espero el día en que nos volvamos a ver... El día en que me devuelva mis sonrisas sinceras, aquellas que se llevó cuando se fue.


Until the next time... Kazu.