Una de las cosas que me caracteriza, es que tengo sueños MUY extraños.
Sólo quise publicar este en particular por las sensaciones tan reales que me hizo tener.
_________________________
Era de noche. No habían dado ni las diez cuando el frío nocturno y el cielo carente de calidez nos envolvieron en su manto, sin embargo dejé que fueran las sábanas y los tres cobertores los que realmente me abrazaran y conservaran mi calor dentro de mi lecho. Repasaba cada borde de cada sombra que mi limitada vista me permitía apreciar, la ausencia de color se extendió un poco más con cada minuto que transcurría; y cuando me volví a fijar ya no era de noche, el día era gris y yo seguía recostada, aunque en una cama que no era la mía, ni siquiera era yo realmente. Lo más alarmante de la situación fue la naturalidad con la que acepté que mi cuerpo femenino de casi veintiún años de edad lo había reemplazado uno infantil de máximo ocho años, un cuerpo delicado, de piel perlada y pálida, suave y tersa… y masculino.
El lugar a mi alrededor me era bastante conocido, la estructura me resultaba totalmente familiar. El departamento de mi abuela, sin embargo, las paredes eran blancas y con el ambiente del día, éstas también adoptaron un color grisáceo de manera provisional.
Caminé del cuarto, cruzando el pasillo que llevaba a la sala y vi a una persona que sabía que era mi hermano, aunque al mismo tiempo no lo conocía de nada. Tenía un tono de piel similar al mío, su cabello era rubio, pero no tan claro como el que yo lucía; su mirada se clavó en la mía, no dijimos palabra alguna, pero aquello me hizo cobrar consciencia de que no llevaba prendas encima. Me giré para regresar, invitándolo sólo con mis movimientos a que me siguiera, y lo hizo. Caminé por el pasillo y cuando doblé para entrar al cuarto de donde había salido, volví a cruzar la longitud del pasillo, logré encontrar el cuarto y entré. Subí a la cama y en la cabecera, justo por detrás abrí una ventana que medía lo mismo que yo y me senté en el filo, viendo hacia el interior; afuera, cuatro pisos abajo, la gente empezaba a juntarse por debajo para ver la escena, impulsados por el morbo. Este hombre entró, con semblante tranquilo a pesar de verme sentado en donde estaba; se acercó a mí y lo miré con una sonrisa. El viento entraba gentilmente por los bordes de la ventana, por donde mi pequeño cuerpo no le estorbaba para colarse dentro de la habitación.
Yo quería hacerlo. Lo iba a hacer. Nadie me iba a detener. Cerré los ojos y me apoyé en un inexistente respaldo, preparando mi mente para recibir el concreto durante un breve momento. Escuché mis huesos quebrarse, aún con los ojos cerrados los pude ver a todos observándome sin decir nada al respecto, mientras mi sangre llenaba y corría a través de las grietas del pavimento. Me relajé.
Abrí los ojos, sentado al filo de la ventana, mi hermano me miraba sonriéndome de manera triste. Yo le devolví la misma expresión. Me vi al espejo que estaba cruzando la habitación, y ahí estaba, una visión casi angelical en un cuerpo igual de bendito, mejillas rosadas y ojos grandes. Toqué el rostro del hombre y me volví a dejar caer, pero ahora una mano me tomó por la espalda y me devolvió al interior del cuarto, me envolvió entre sus brazos, cargándome pecho a pecho. Su sonrisa triste desapareció muy lentamente y se tornó en una mirada lasciva, y ahí recordé porqué lo hice la primera vez.
Quería separarme de él, pero al mismo tiempo no quería pelear, así que dejé que me siguiera penetrando hasta el cansancio; sabe como el suicidio, una dulce muerte que no quiero negarme. Sabíamos ambos que sus embestidas me estaban matando, pero él estaba nublado de juicio y yo no me quejaba, sino que al contrario, lo estaba disfrutando. Yo quería morir al final del día, de una manera u otra. Otra vez. Y las veces que fueran necesarias, que el cuerpo casi angelical y bendito estaba corrupto.
Su culminación también fue mi despedida, me sonreí porque ahora había muerto de verdad. O eso creía, porque cuando abrí los ojos, me encontraba sentado al borde de la ventana; mi mente sentía desesperación, pero no pude transmitir nada, sólo volví a sonreírle triste y me dejé caer nuevamente. Esta vez sólo me hice daño, no podía mover ningún músculo de mi cuerpo, pero estaba vivo… vivo para sentir como él volvía a asesinarme como en la segunda ocasión, pero ahora rodeados de toda la gente en las calles, viendo la escena con desaprobación, quejándose de aquello, pero morbosamente disfrutando de mi martirio.
La vida me abandonó de nuevo, y de nuevo esperé que no regresara a mí.
Y no lo hizo, no regresó, pero pude ver que en cada ocasión, mi cuerpo inerte y sin vida era profanado con actos bárbaros; cada orificio del cuerpo infantil que me perteneció era penetrado con maldad, lujuria y perversión, ni la sangre, huesos, o que después de unas horas ya no tenía ni siquiera forma humana fueron impedimentos para dejar de provocarle excitación al hombre. Y su excitación se convirtió en la mía. Me gustaba ver mi cuerpo destrozado, porque me di cuenta de que ya no era mi cuerpo infantil, sino el mío, el verdadero. Mi cuerpo femenino de casi veintiún años. Y eso me excitó aún más. Sintiendo mi verdadero cuerpo siendo ultrajado.
Y después obscuridad. Mis ojos se abrían lentamente y mis manos se estiraron buscando la fuente de la melodía que resonaba, haciéndome volver a la realidad. Donde toqué mi muy vivo cuerpo, sin heridas. Las seis de la mañana marcaba el reloj. Me levanté del lecho y me dispuse a ser.